Son dos y conviven
en la misma casa, en la misma empresa. Cuando cada uno cumple su rol están
bien, pero cuando la calculadora se cree científico es donde todo se trastorna.
Cuando el capitán es reemplazado por el cocinero, el barco va directo a la
comida. Esta el soñador, el creativo, el generoso y libre. Si no fuera por su inteligente
compañero le sería difícil sobrellevar la densidad del ambiente. Más que su compañero, debería ser su
ayudante. Pero al ser este tan perspicaz, a veces se confunden los roles. Y el
calculador quiere resolver temas del soñador, y los resuelve mal, los resuelve
con miedo. Y el libre deja de serlo, hace suyos los errores de su segundo.
Pierde tanto la libertad que termina creyendo que los problemas son propios. El
calculador ya sin carga sale en busca de nuevos límites que atrapen al soñador,
para que no vuele, le tiene miedo a las alturas. Le tiene miedo a todo lo que
no puede calcular, todo lo contrario de su jefe. La mejor herramienta para sacar
del sueño al soñador es el ruido, el despertador, la radio, la televisión, los
autos, sonidos llenos de información interesante solo para el calculador. Es
ahí donde el soñador se duerme más profundamente, al punto de creer que el prudente
es quien dirige la batuta. Pero el calculador también se cansa, pocas veces, se
cansa y dormita, no duerme. Y el soñador despierta, crea, siente, comparte
verdad, vuelve a ser libre. Hasta que el calculador salta de la cama, ve la
situación y con todo arremete contra su patrón. El soñador lo deja pasar, porque
no odia a nadie. Cuanto más ratos tiene para hacer la suya el soñador, mas le
cuesta al otro entrar con su valija de miedos y tiene que despachar algunos por
encomienda. Y cuando se queda afuera un miedo, hay menos olvido y el soñador
puede dar algún paso al vacío, su especialidad. Y los pasos nunca son al vacío,
siempre pisa en algo que no era lo que esperaba pero que igualmente lo
sostiene, y lo incita a dar más pasos como esos. Cada paso del soñador es una
puñalada para el calculador, que como último recurso intenta quedarse con los
méritos del paso. El cauto quiere hacer creer a todo el mundo que el paso fue
idea suya, para que el soñador vuelva a ceder el timón. Y los demás tienen su
papel en esta novela. Por lo general solo hablan con el previsor, ignorando al
dueño del rancho, porque lo conocen mejor, es más extrovertido. El soñador hay
veces que se vuelve un ermitaño, y no quiere saber nada de charlar con los de
afuera. Deja que su compañero de hogar maneje las relaciones exteriores, y este
hace las cosas a su manera. El ermitaño es silencioso y eso pone un nervioso al
parlanchín. Cuando el soñador finalmente sale, se encuentra con una maraña de
situaciones que debe aceptar para resolver. El verdadero autor de los hechos se
mueve a un costado silbando bajito. Pero un ratito nomás, después con cara de
pobrecito pide un poco de tele, o un cigarrillo. Y si el soñador se lo da,
enseguida lo toma del hombro. Y otra vez lo mismo. Todo ese cablerio de
situaciones repetitivas. Lo repetitivo es lo que busca el calculador, la rutina
donde se puede competir, calcular, temer, juzgar. Porque aparte cree ser juez.
Juez de todo. Para el soñador siempre hay sentencias negativas. Para él ir a
juicio es lo mismo que perderlo. Porque el juez tiene la razón y un argumento
para truncar todos sus planes. Jamás le da licencia para un nuevo
emprendimiento. Hay veces, cuando el soñador está lúcido, que se acuerda que no
debe pasar por un juicio para hacer lo que quiere. Y sin armar ninguna defensa
da ese paso, según su compañero, arriesgando todo. Pero el soñador insiste que
no hay riesgo de perder porque él no posee nada, lo que tiene es prestado. Y el
calculador le recuerda que el sí posee cosas y las quiere conservar. Entonces
ahí es donde el soñador debe tomar una decisión. O da un paso más en su sueño,
o se queda quieto y deja que el miedoso de su compañero siga gobernando su
vida.
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