viernes, 8 de mayo de 2015

SUEÑO

Estamos soñando despiertos. Despiertos allá, soñando acá. Pero como en la mayoría de los sueños, no nos damos cuenta que estamos soñando. No es un sueño igual al que podemos experimentar cuando dormimos. Está en otro código, más denso. Hace muchos años vivíamos sabiendo que esto era un sueño, pero nos fuimos olvidando. Nuestra codicia nos cegó, y empezamos a vivir el sueño como si fuera nuestra vida real.  Creímos que estos cuerpos somos nosotros, que hay peligro de que realmente nos suceda algo malo en este mundo, y así creamos el miedo. Y con el miedo nos dominamos entre nosotros desde viajes épocas, ahora remotas. Y lo más ilógico de todo: creamos el miedo a la muerte, o sea, que tememos despertar y saber que estábamos soñando. Este es el precio de ser carne, que la carne siempre quiere hacernos creer que ella es parte de nosotros. Y a todos nos convence en algún momento. Por eso iluminarse significa tener claro que cosas son de la carne y que cosas somos nosotros. La carne tiene un arma muy poderosa: la mente. Ella nos resuelve muchos problemas, pero si le otorgamos mucho poder nos domina, y nos hunde mas en el olvido de lo que somos, nos engañamos creyendo que somos nuestras mentes, que somos carne. La mente desde que nacemos que trabaja en nosotros creándonos un ego. El ego es la herramienta puntual que la mente usa para que nos identifiquemos con ella. Todas las emociones negativas que vivimos a diario son producto del ego, que nos hace creer que somos carne, que la única vida es la que nos rodea.  Todo lo que nos rodea es algo creado para tener un sueño perfecto, o al menos así lo era. Un planeta para disfrutar tal cual fue creado, soñando en conjunto. Hoy ya nos olvidamos de todo eso, tenemos miedo de que la naturaleza nos despierte, creemos en la muerte. Qué fácil nos dominan, usan nuestro sueño como energía. En lugar de hacer lo que sentimos, usando todos nuestros miedos nos hacen cumplir ridículas reglas, consumir estupideces innecesarias, trabajar en cosas que detestamos. Básicamente regalamos nuestra experiencia en la tierra a la clase dominante. Ellos nos mantienen enfermos, pobres, cansados a algunos y a otros con cargos  “más importantes” los mantienen los suficientemente cómodos para asegurarse la lealtad al sistema por sobre el resto de sus hermanos.  Cuando uno está cómodo no se pregunta tanto ¿por qué? Pasaron tantas generaciones humanas creyendo que esto era lo real, que el sufrimiento existe, que hoy por hoy es muy difícil acordarnos de la verdad. Pero la verdad está ahí, nunca se borró del todo, simplemente estuvo oculta esperando el momento de salir a la luz. Hubo varios de nosotros que nacieron  despiertos, sabían la verdad y la compartieron. Pero el mensaje de los despiertos, llamados profetas, fue adueñado por religiones que lo utilizaron para beneficio de las clases dominantes. En este momento estamos en una época de transición, transición hacia la verdad. Muchas mentiras están a punto de caer, grandes mentiras, cosas que casi todos creemos que es verdad. No hay que tener miedo, hay que rendirse ante lo que está empezando a suceder, aceptarlo profundamente porque es la verdad. No hay que sufrir por las cosas que van a pasar, al contrario, hay que aprender de ellas. Para que no nos falte nada hay que compartir hasta el último grano de arroz. Hay que tener confianza hasta en el lugar más difícil. Porque esto aparte de ser un sueño, es una prueba. Vinimos de la misma forma que vamos a los sueños, de una manera inorgánica que llamamos alma, pero realmente estamos en otro lado. Conectarse con ese que está allá es la manera de recordar la verdad, nuestra misión. Viajar a nuestro interior es un camino para llegar a la verdad, pero para eso hay que silenciar al ego, y esto es muy difícil. Para empezar hay que identificar al ego, identificarnos como alguien más allá del ego es la parte más difícil. Es como dar un paso al vacío. Aceptar que no somos  todo lo que creemos que somos da escalofríos. Nuestro pasado en esta tierra no es nuestro pasado real, ni tampoco nuestro futuro. Estamos todos juntos en otro lugar donde tampoco tenemos pasado y futuro porque no hay tiempo.

Es muy importante que empecemos a recordar lo que somos antes de que sea tarde y nuestros sueños se transformen en pesadillas. No hay que preocuparse por nada, todos estamos sanos y salvos en otro lugar. Hay que hacer lo que hay que hacer, sin sufrir, sin olvidar que todos somos uno en unión con toda la naturaleza.

TEMBLOR

La muerte es un temblor en todo el cuerpo, la salida del alma genera una gran convulsión en la carne. La deja vacía de energía vital, lista para ser reciclada por la naturaleza. Desde un rey hasta un mendigo, todos somos futuros abonos para la tierra. Aunque embalsamen nuestros cuerpos, porque tarde o temprano algún explorador va a encontrar nuestra momia. El paso hacia dejar el cuerpo es lo último que sentimos estando dentro del cuerpo. Nos recuerda a nuestra entrada en el embrión, la cual ya olvidamos, como todo lo que vino antes. Pero cuando dejamos la carne dejamos el velo, dejamos el olvido que nos provoca tener un cuerpo. Despedimos la carne, la dejamos tatuada, panzona o arrugada, eso no importa, es solo carne. Y carne hay mucha y en constante renovación. La muerte es el abandono hacia algo nuevo, buscar otra carne, o otra forma física o simplemente permanecer en lo inorgánico, lo incorpóreo. La muerte es un temblor porque muchas veces no avisa, como la tierra cuando tiembla, nuestro cuerpo se va preparando para temblar sin que lo notemos. Un terremoto nos libera de la gravedad del cuerpo. Debemos despegarnos de los deseos, las cosas y las personas, despegarnos de todo con lo que nos identificamos siendo un cuerpo. Porque aferrarse a algo es cuestión de cuerpos, en el mundo intangible uno no se puede aferrar a nada, pero al mismo tiempo es parte de todo, no solo está aferrado sino que es incorporado al todo. Los miedos, los rencores, el sufrimiento son inventos de nuestra época de cuerpo, una vez que lo dejamos nos damos cuenta de que fuimos engañados por la carne y volvemos a ocupar un cuerpo para mejorar, y lograr que las conciencias florezcan dentro de la carne, y seamos quienes realmente somos cuando no tenemos cuerpo. Lo intentamos varias veces, todos estamos en distintas etapas de nuestro intento por florecer dentro del cuerpo. No es fácil, el mundo está gobernado por seres que no quieren que nos demos cuenta de nuestro real potencial como seres de luz. Tientan a la carne, para que se haga poderosa y nos domine. La comodidad, el entretenimiento, la mala alimentación y tantas otras cosas que hacen que prestemos nuestra energía a nuestra parte física y dejemos de la lado al alma.  Nos olvidamos que hacemos y simplemente dejamos que la carne haga lo que quiera. Estamos aprendiendo, a veces no es fácil discernir entre la carne y el alma. Un temblor nos unió y un temblor nos va a separar, mientras tanto vivíamos en la carne desde el alma.

DOS


Son dos y conviven en la misma casa, en la misma empresa. Cuando cada uno cumple su rol están bien, pero cuando la calculadora se cree científico es donde todo se trastorna. Cuando el capitán es reemplazado por el cocinero, el barco va directo a la comida. Esta el soñador, el creativo, el generoso y libre. Si no fuera por su inteligente compañero le sería difícil sobrellevar la densidad del ambiente.   Más que su compañero, debería ser su ayudante. Pero al ser este tan perspicaz, a veces se confunden los roles. Y el calculador quiere resolver temas del soñador, y los resuelve mal, los resuelve con miedo. Y el libre deja de serlo, hace suyos los errores de su segundo. Pierde tanto la libertad que termina creyendo que los problemas son propios. El calculador ya sin carga sale en busca de nuevos límites que atrapen al soñador, para que no vuele, le tiene miedo a las alturas. Le tiene miedo a todo lo que no puede calcular, todo lo contrario de su jefe. La mejor herramienta para sacar del sueño al soñador es el ruido, el despertador, la radio, la televisión, los autos, sonidos llenos de información interesante solo para el calculador. Es ahí donde el soñador se duerme más profundamente, al punto de creer que el prudente es quien dirige la batuta. Pero el calculador también se cansa, pocas veces, se cansa y dormita, no duerme. Y el soñador despierta, crea, siente, comparte verdad, vuelve a ser libre. Hasta que el calculador salta de la cama, ve la situación y con todo arremete contra su patrón. El soñador lo deja pasar, porque no odia a nadie. Cuanto más ratos tiene para hacer la suya el soñador, mas le cuesta al otro entrar con su valija de miedos y tiene que despachar algunos por encomienda. Y cuando se queda afuera un miedo, hay menos olvido y el soñador puede dar algún paso al vacío, su especialidad. Y los pasos nunca son al vacío, siempre pisa en algo que no era lo que esperaba pero que igualmente lo sostiene, y lo incita a dar más pasos como esos. Cada paso del soñador es una puñalada para el calculador, que como último recurso intenta quedarse con los méritos del paso. El cauto quiere hacer creer a todo el mundo que el paso fue idea suya, para que el soñador vuelva a ceder el timón. Y los demás tienen su papel en esta novela. Por lo general solo hablan con el previsor, ignorando al dueño del rancho, porque lo conocen mejor, es más extrovertido. El soñador hay veces que se vuelve un ermitaño, y no quiere saber nada de charlar con los de afuera. Deja que su compañero de hogar maneje las relaciones exteriores, y este hace las cosas a su manera. El ermitaño es silencioso y eso pone un nervioso al parlanchín. Cuando el soñador finalmente sale, se encuentra con una maraña de situaciones que debe aceptar para resolver. El verdadero autor de los hechos se mueve a un costado silbando bajito. Pero un ratito nomás, después con cara de pobrecito pide un poco de tele, o un cigarrillo. Y si el soñador se lo da, enseguida lo toma del hombro. Y otra vez lo mismo. Todo ese cablerio de situaciones repetitivas. Lo repetitivo es lo que busca el calculador, la rutina donde se puede competir, calcular, temer, juzgar. Porque aparte cree ser juez. Juez de todo. Para el soñador siempre hay sentencias negativas. Para él ir a juicio es lo mismo que perderlo. Porque el juez tiene la razón y un argumento para truncar todos sus planes. Jamás le da licencia para un nuevo emprendimiento. Hay veces, cuando el soñador está lúcido, que se acuerda que no debe pasar por un juicio para hacer lo que quiere. Y sin armar ninguna defensa da ese paso, según su compañero, arriesgando todo. Pero el soñador insiste que no hay riesgo de perder porque él no posee nada, lo que tiene es prestado. Y el calculador le recuerda que el sí posee cosas y las quiere conservar. Entonces ahí es donde el soñador debe tomar una decisión. O da un paso más en su sueño, o se queda quieto y deja que el miedoso de su compañero siga gobernando su vida.