
Cuando llegué a ese paraíso casi pintado no me di cuenta hacia que lado corría el viento. Transformado en un pez, nadé por donde arrojaban
pedacitos de pan,
ahí justo donde el hada no era madrina, sino ahijada. La mentira disfrutaba tirada al sol, al tiempo que la
ignorancia armaba dos
daikiris. Todo era tan ficticio que el mas alto de los árboles salía por el agujero de ozono. Dos duendes aprendían a remontar un barrilete hecho por ellos mismos. La gente era
inmensa, gorda y mal hablada. No había tiempo en ese lugar soñado, siempre eran las tres menos cuarto de la tarde. La hora exacta en que
Febo cruza el límite entre el comienzo y el final de la tarde. Tarde
muchísimo tiempo en la fila del baño químico, pero no me importaba, no me dolían las piernas. La gente caminaba, charlaba y alimentaba a los animales. Todo era tan perfecto que no podía ser real. Y pensar que cuarenta minutos mas tarde ningún
kiosquiero me cambió monedas para el colectivo.
3 comentarios:
Me encantó el blog. Las fotos, los textos (en especial el del ambiente). Me atrapó la forma de escribir y expresarte. Muy, muy bueno.
Dejo un abrazo, Tincho.
mmmm....
no escribis mas?? beso
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